El fotógrafo Adrian McDonald es vecino de una extensa familia jamaicana en la zona rural de Wermoreland. Ha dedicado su vida profesional a fotografiar bodas, logrando que su trabajo sea reconocido en grandes publicaciones editoriales.
También se le califica como fotógrafo filosófico, ya que su arte tiene como objetivo estrechar las conciencias en las diversas dimensiones de la condición humana.
Hace cinco meses, mientras fotografiaba plantas y animales en los alrededores de su casa, oyó la risa de los vecinos, el regocijo de unos niños.
Adrian echó un vistazo al jardín que lo comunica con ellos y se llevó una grata sorpresa al recordar la magia que rodea ser niño.
«Eran completamente ajenos a mi presencia, estaban en su mundo viviendo la vida como si no hubiera nada más que felicidad absoluta», contó a la edición estadounidense de The Huffington Post. «Hubo algo de ese momento que llenó mi alma de alegría».
Con el permiso de los padres, McDonald comenzó a retratar a los niños mientras jugaban a pillar, a la rayuela, subidos a los árboles e incluso sentados en corro hablando de sus cosas.
El fotógrafo asegura que tan sólo un par de retratos fueron poses pensadas de antemano; la mayoría son espontáneas.
La mayor parte de su trabajo se presenta lleno de emociones fuertes, ya que McDonald cree que «las emociones son la clave para un cambio real en nuestras vidas.»
«Los niños estaban acostumbrados a que yo estuviera por allí fotografiando otras cosas antes de que me fijara en ellos.
Así que gran parte de las veces ellos creían que me estaba fijando en otras cosas», afirma McDonald.
La primera vez que enseñó a los niños una de las fotografías que les había hecho, «¡se volvieron locos», cuenta.
«Al pequeño que se ve en casi todos los retratos empezó a hacer piruetas hasta que se quedó sin respiración. Los padres reaccionaron con igual entusiasmo», añade.
El deseo de McDonald es que las personas que vean estas imágenes se contagien de «lo mismo que los niños extraen de la vida: amor y felicidad».
«Espero que les lleguen al corazón y se den cuenta de que la belleza sigue existiendo, sólo que en ocasiones elegimos no verla».
«Los niños viven de manera que merece la pena y es lo que deberíamos hacer: vivir, amar y reír», apunta el artista.
Vía: huffingtonpost
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